Me rompiste

Me rompiste. Me rompiste de tantas formas que ni siquiera me pude dar cuenta. Durante años fuiste socavando todo lo bueno que había en mí. Te mentiste a ti misma con tal de utilizarme para tu beneficio. Me has dejado tan roto que no paro de encontrar nuevas cosas que arreglar. Y no sé por dónde empezar, porque ni siquiera he acabado de encontrar todos los desperfectos. Algunos muy profundos. Estructurales. Daños que comprometen todo lo que soy. Daños que me van a acompañar el resto de mi vida, quiera o no. Que me van a condicionar hasta el día que me muera. Que no tienen arreglo posible.

Tu egoísmo, cómo te excusabas para justificar tus conductas de mierda, tu maltrato, tu auténtico desprecio hacia mí camuflado en que esa era tu forma de ser.

Después de todos estos años, jamás has sido capaz de reconocer (primero a ti misma) que el problema lo tenías conmigo. Que no me soportabas, que no me querías; que, en realidad, prácticamente me odiabas. Porque es la única forma de explicar que me trataras de ese modo de forma continua. Y seguirás pensando que no, mientras tus actos no han dejado nunca de demostrar lo contrario. Fuiste egoísta, muy egoísta. Te aprovechaste de mí, de lo que yo sentía por ti. De mi admiración y mi entrega. Porque te lo di todo. Te lo di todo para que, finalmente, hicieses con ello la mierda que has hecho. Te di todo para que lo cuidaras y disfrutaras, no para que lo mangonearas, lo estropearas, lo rompieras, lo ensuciaras y después lo olvidaras en un rincón mugriento.

Y ahora dudo de todo lo que fuimos. De todo lo que me dijiste. Porque, tras tanto mentirte a ti misma, ¿cómo puedo saber si lo que me decías no era más que otra mentira que tú te creías? Dudo de todo. Dudo de si me fuiste fiel durante todos esos años. Porque, si no lo fuiste, se explicarían por fin muchísimas cosas que nunca pude entender. Dudo de tantas, tantísimas cosas. Te mentiste sobre tantas, tantísimas cosas.

Lo peor es saber que yo dejé que sucediera. Yo te di todo voluntariamente. Nunca debí haberte dejado entrar en mi vida. Desde el primer momento en que me humillaste en público al abofetearme, desde esa primera horrible sensación de estar volviéndome pequeño e indefenso, debí cortar de raíz. Nunca debí tolerar aquello. Ni todo lo que vino después. Tus excusas de mierda. Tus gritos y golpes de rabia en la habitación delante mía. Cómo no tenías reparos en echarme. Lo del Leyendas. Me moriré con esa herida abierta y supurante. «No me jodas el Leyendas». Borré todos tus chats. Lo borré todo. Pero la imagen de esa conversación la conservo. Para que jamás se me olvide lo horrible persona que eras. Para que, si vuelvo a sentir un ápice de lástima por ti, pueda expulsarla de nuevo. Ese día, allí mismo, debí haberte buscado, haberte dicho de todo y haberte mandado a la mierda en pleno festival. Pero no. De nuevo, decidí tragar. Decidí seguir dándotelo todo. Agachar la cabeza y asumir tus mierdas de excusas y tus perpetuas disculpas que nunca servían de nada, pues siempre volvías a actuar del mismo modo. Es lo que más me enfada. Que yo elegí agachar la cabeza otros tantos años.

Y un día me pediste una relación abierta. Y, pese a ser literalmente mi pesadilla hecha realidad, aún volví a dártelo todo y me planteé aceptar. Siempre te concedí absolutamente todo lo que me pediste. Incluso lo que directamente atentaba contra mí. Cosa que ocurría muy a menudo. Y la cosa se acabó por un tiempo, pero volví a ser gilipollas una vez más y retomé contacto contigo. Ignorando a las personas que me contaban que habías tratado a Kevin como a basura. Igual que a mí, vaya.

Porque un día escribí:

«Me gustaría poder decir que me trataste como a un perro sarnoso, pero la realidad es que a un pobre perro con sarna lo habrías acogido, ayudado y curado.

A mí, más bien, me trataste como a aquella rata de tu cocina a la que mataste y luego llorabas al verla agonizando».

La única cosa que explica ese terror tuyo a juntarte con mis amigos (con los que te parece a ti, por lo visto… Eh, Valero?), con mi madre…Te sentías juzgada porque realmente habías hecho cosas horribles. Y lo sabías. Y a saber qué más cosas horribles me habías hecho y yo ni me he enterado, por las que también te sentías culpable. La única que te juzgaba eras tú misma.

Un día dijiste «me estoy perdonando a mí misma». Si fueses consciente de tan siquiera la mitad de cosas que me hiciste, te faltaría vida por delante para ser capaz de perdonarte.

Me has hecho un daño que nunca podrá curar. Me has roto de tantas formas que nunca sabré cuándo me daré de bruces con otro muro infranqueable fruto de los traumas que me has generado. Solo a la altura de Silvia, mi primera pareja en la pubertad. Pero ahora de adulto, durante más años. Y con menos tiempo para luchar contra toda esta mlerda. Siento que he tirado los mejores años de mi vida contigo. Que he desperdiciado la única vida que tengo por decidir estar a tu lado. Por decidir darte todos tus caprichos. Por agachar siempre la cabeza.

Un día dijiste «no deberías haberme conocido». Tenías razón. De nuevo, te juzgabas a ti misma por cosas que solamente tú sabías. Que yo ni acierto a adivinar, seguramente. Solamente tú sabes las mentiras que te quisiste creer.

Y yo no veo cómo voy a poder confiar nunca más en una persona. Porque confié ciegamente en ti todo ese tiempo. Te lo di todo. Y tu jugaste conmigo.

Nunca te voy a perdonar.

~ por joethedemon en 21 agosto, 2023.

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.